Historia

TOMASITA PEREZ, UNA DOCENTE QUE DEJÓ SU HUELLA EN EL COLE 3

Pareciera que va a entrar en cualquier momento por el portón de la escuela con su maletín, el rodete que la caracterizaba y de polleras, aún en los días más fríos. Así llegaba día tras día, con una inmensa sonrisa que le iluminaba el rostro y saludando a todos. Es que “Tomasita”, como la llamaban, ha dejado un recuerdo imborrable en el corazón del Colegio 3.
Si se le pregunta a algún ex alumno, seguramente, hablará de su calidez y si le preguntamos a algún colega resaltará su entrega incansable por la institución.
Sin dudas, Tomasa Pérez fue una profesora querida y respetada por la "familia del Manuel Belgrano”. “Como colega era muy buena compañera, siempre dispuesta a ayudar, y como profesora sé que sus alumnos la recuerdan con mucho cariño", comentó la profesora Belén Carignano.  También se refirió a ella la profesora Jaqueline Di Marquez, quien  dijo que era una "mujer muy respetuosa y cumplidora con su trabajo".

Se recibió a los 21 años y comenzó a trabajar en la escuela 357 "Máximo Camargo"; luego en la 114 "Ricardo Gutiérrez", además de prestar servicios en  el Colegio 3, donde dictó las materias de Ciencias Sociales, Francés y Geografía.
Fue una de las docentes de mayor antigüedad, por ello se le entregaron unas placas en agradecimiento por los más de 30 años de trabajo en la institución.


Además trabajaba en el club sanmartiniano, donde también dejó sus huellas. Para aquellas personas que compartieron tareas con ella, “Tomasita”, dejo muchas enseñanzas: bondad, respeto hacia los demás y educación.
Pero en la plenitud de su carrera y su vida el cuerpo le jugó una mala pasada. Tomasa Pérez sufría de diabetes y esta enfermedad le pasó una factura muy alta, tanto que le costó la vida. Sin embrago, como todos aquellos que han sabido ganarse un lugar en el corazón de la gente, ella vivirá en el recuerdo como una de las profes más queridas y se la extrañará eternamente.



LA VIEJA SALA DE CINE DE LA TOMA




Uno de los edificios emblemáticos de La Toma es, sin dudas, la vieja sala de cine, lugar que alberga recuerdos y anécdotas de un tiempo no tan lejano. Tardes compartidas en familia o con amigos, citas que resultaron en noviazgos y hasta en matrimonios, alguna película memorable que se guarda en el corazón, asombro, murmullo, risas y, a veces gritos, en la penumbra, son retazos de momentos vividos entre esas cuatro paredes.
Pero antes de que comenzara a funcionar el cine, allí se llevaban a cabo otras actividades. “En se sitio había mercado llamado “Punta de riel” donde descargaban mercadería que llegaba a la vieja estación de trenes, que en ese tiempo estaba en funcionamiento”, recuerda Roberto Suarez, uno de los últimos propietarios de la sala. También, en un tiempo prestó servicios como hotel “se llamaba La Fonda y pertenecía al señor Urquiza, cuando pasaba el tren” hace memoria Eduardo "Lalo" Garraza.
Luego de varios años Gregorio Urquiza compró parte del terreno y junto con las firmas de Barroso y Caboit, instaló la sala de cine en el año 1946, bajo el nombre de Cine Reg. “Así funcionó hasta el año 1949, aproximadamente. Después, en el año 1957 el dueño Gregorio Urquiza se lo alquilo a Carlos Suarez, a Osella y a Roberto Suárez, quienes le pusieron como nombre “Splendid”, explica Roberto.
Era un lugar de encuentros y también una excusa para salir de casa a pasar un rato agradable; un ámbito social que ofrecía las novedades del cine sin tener que viajar a otras ciudades. “Se daban funciones todos los jueves, sábados y, los domingos, matiné a la noche. La cantina era en el hotel La Toma y estaba  atendida por Zulma Del Castillo. Actualmente ese lugar es una clínica La Toma”, agrega Suarez.
Sin embargo, como ocurrió con otras costumbres de esa época, se fue extinguiendo debido a la llegada de la televisión “dejo de dar ganancia y se cerró, quedo abandonada por muchos años hasta que la compro el partido justicialista”, menciona con un dejo de nostalgia uno de los hermanos Suarez.
Varias fueron las personas del pueblo que trabajaron en la sala: “Había un caramelero, un señor llamado Juan Gallego. Él andaba por los pasillos vendiendo con un carrito”, según cuenta Lalo.

Anécdotas de película

Hablar de la “ex sala de cine” es pensar no solo en las historias que se han contado a través de su pantalla, sino también en aquellas que protagonizaron algunos “espectadores” y que pertenecen a la memoria popular. Tal es el caso de don Ortencio que “un día fue a ver una película en la que aparecían unos animales grandotes y, como él estaba sentado en la primera fila, se ve que pensó que se le venían encima, entonces sacó la manta que tenía sobre el hombro y comenzó a agitarla como queriendo ahuyentar a ésas bestias”, cuenta el señor Garraza, quien no dejó de hacer referencia a una situación que le ocurrió a él durante una proyección “yo estaba sentado mirando la película cuando de pronto se me cayó el maní con chocolate que estaba comiendo y el lugar está inclinado hacia abajo, como todas las salas de cine, así es que los manís comenzaron a rodar y yo a seguirlos, butacas hacia abajo. Obviamente no los puede recuperar, pero me ligué unas cuantas patadas de los espectadores”.
Estos relatos han ido pasando de generación en generación, por eso, muchos tomenses cuentan lo que les ocurrió a otros. “Me contaron que un día se estaba estrenando la película Terremoto y en un momento se sintió un estruendo en el salón y suelo comenzó a vibrar, entonces una de las espectadoras comenzó a gritar ¡terremoto!, ¡terremoto!; la gente comenzó a salir corriendo y mi tío Carlos, Parado en la puerta, los atajaba diciendo que no era un terremoto sino que estaba pasando el tren”, comenta Marcelo Suárez, hijo de Roberto.
En aquella época, la luz se cortaba a la una de mañana, por el lapso de algunas horas. La usina, encargada del suministro del servicio, avisaba unos 15 minutos antes, con una leve baja en la tensión. “Estábamos pasando la última parte de la película y de repente dieron aviso que en breve se cortaría la luz, entonces mandé a decir que por favor lo extendieran unos minutos porque no iba a llegar a pasar el final del film, pero me respondieron que no se podía, entonces la luz se cortó en la mejor parte, y los espectadores comenzaron a gritar, a zapatear de la bronca, hasta tiraron unas sillas contra la pared, de lo enojados que estaban”, cierra su relato don Suárez.


MANUEL BELGRANO: CONOCIENDO AL HOMBRE QUE LLEGÓ A SER PRÓCER



Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de Junio de 1770, fue el cuarto hijo de 13 hermanos. Sus padres fueron: el comerciante Domingo Francisco Belgrano Peri, oriundo de la ciudad de Oneglia, en Liguria, al norte de Italia, su madre María Josefa González Casero provenía de Santiago del Estero. Domingo Belgrano Peri emigró a Cádiz y luego a América, estableciéndose en Buenos Aires en 1757, el comercio le permitió tener una buena posición económica y en la milicia llegó al grado de capitán.
Manuel Belgrano estudió en el convento de Santo Domingo, que se encontraba a escasas cuadras de la casa en la que nació, después ingresó en el Real Colegio de San Carlos y debido a la buena posición social, los padres lo enviaron a estudiar a España, en las Universidades de Salamanca y Valladolid, donde se graduó de bachiller. Luego, en 1793 recibió el título de abogado. En Europa se vinculó con especialistas en economía y en Buenos Aires, con tan sólo 24 años, fue designado como primer secretario del Consulado.

Su carrera militar
Participó por primera vez en una contienda durante las invasiones inglesas, en 1806, cuando decidió incorporarse en las milicias criollas para defender la ciudad. Sin embargo los ingleses obtuvieron la victoria. Belgrano emigró a Montevideo, porque se rehusaba a aceptar el nuevo gobierno inglés, y pidió la destitución del virrey Cisneros. El virrey fue sacado de su puesto y Belgrano designado vocal de la primera junta. También en la segunda invasión, en 1807, él defendió con generosidad la ciudad.
Ya formado el Primer Gobierno Patrio, se decidió enviar expediciones militares a distintas zonas del virreinato del Río de la Plata, hacia Alto Perú, Banda Oriental y hacia el Paraguay, en este último lugar las milicias fueron comandadas por Belgrano y si bien hubo triunfo (Campichuelo), también sufrió derrotas (Paraguarí en 1811 y Tacuarí), el clamor independentista prendió en la zona y Paraguay se independizó tanto de Buenos Aires como de España.

En noviembre de 1811 fue nombrado Jefe de Regimiento Nº 1 de Patricios. En enero de 1812 fue enviado por el gobierno a proteger las costas del Paraná de los españoles. Allí enarboló por primera vez la bandera nacional (el 27 de febrero de 1812), recreando los colores celeste y blanco, que los patriotas habían adoptado en la escarapela, en 1810. Belgrano propuso al gobierno usar primero la escarapela “para que nadie equivocara nuestras fuerzas con las de nuestros enemigos” y el gobierno lo aceptó el 18 de febrero de 1812, pero no le pareció bien que Manuel Belgrano, el 27 de febrero al inaugurar dos baterías destinadas a impedir el paso del Río Paraná a la escuadra españoles, formara una bandera con los mismos colores de la escarapela y fuera izada por los ejércitos.
El gobierno al enterarse de esto envió una orden para que la ocultara disimuladamente ya que la bandera española aún flameaba en la Fortaleza y lo instaba a no actuar sin previo consentimiento del gobierno, pero Belgrano no recibió esta orden pues debió partir para Salta para organizar el ejército que venía en retirada desde las provincias del Alto Perú, después de la derrota en Huaqui.
En Yatasto tomó el mando del ejército, y contramarchó para avanzar nuevamente hacia el norte. Mientras estaba en Jujuy, el 25 de mayo de 1812, enarboló la bandera formada en el Rosario, para festejar el segundo aniversario de la revolución, y dio cuenta del acto solemne.
El Gobierno creyó que el general Belgrano, insistía en un acto de indisciplina, y lo llamó seriamente al orden, recordándole su terminante prohibición.
La contestación de Belgrano fue que él no había recibido la orden en Rosario y que en adelante «La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni siquiera memoria de ella; y se harán las banderas del regimiento sin necesidad de que aquélla se note por persona alguna; pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el ejército, y como ésta está lejos, todos la habrán olvidado y se contentarán con la que les presente.”
Al observar que era imposible resistir el avance realista, inició el 23 de agosto de 1812 el Éxodo Jujeño, es decir, la retirada hacia Tucumán (los habitantes de Jujuy y de Salta abandonan sus hogares y arrasan todo a su paso, dejando a los realistas sin víveres para la tropa). Luego, el gobierno le pidió que fuera a Córdoba, pero él se mantuvo en Tucumán y allí venció a los realistas (el 24 de septiembre de 1812) y enarboló por segunda vez el estandarte celeste y blanco, hecho que estaba justificado por la victoria alcanzada (el 25 de julio de 1816, luego de ser declarada la independencia se reconocería como bandera nacional la enseña de Belgrano).

Un hombre noble
Por las victorias de Salta y Tucumán la asamblea del Año XIII le entregó la suma de cuarenta mil pesos, que él donó para la construcción de escuelas.
Este último gesto se relaciona con su proyecto educativo de que debían construirse escuelas gratis para que los niños supieran las letras y matemáticas básicas y también para que aprendieran sobre la religión con una escuela de catecismo. Creó escuelas de dibujo y náutica. No se olvidó de la mujer, ya que su idea incluía permitir la instrucción para las mujeres.

El gobierno lo nombró Capitán General e inició el avance hacia el norte. Cruzó el río Pasaje y, junto con su ejército, juró obediencia a la Asamblea del año XIII. Derrotó nuevamente a los españoles en la batalla de Salta el 20 de febrero de 1813. Ese año se dirigió a Potosí y fue derrotado en Vilcapugio (el 1º de octubre de 1813). Reorganizó su ejército, pero fue vencido nuevamente en Ayohúma (el 14 de noviembre de 1813). En enero de 1814 se encontró con San Martín en Salta y entregó el mando del ejército en Tucumán, quedando a cargo del regimiento Nº 1 con el grado de coronel. El 30 de enero de 1814 el gobierno lo separó del ejército del Norte y viajó a Buenos Aires. Allí lo arrestaron y lo procesaron, pero finalmente se le reconocieron sus méritos y honores.
Las batallas que enfrentó no sólo fueron militares sino personales ya que durante toda su vida combatió con una enfermedad llamada “edema pulmonar”, que si bien le provocaba dificultad para respirar, falta de aire, tos con esputo espumoso o teñido de sangre, supo sobreponerse y seguir con sus obligaciones civiles y militares.

Sus amores

En el plano sentimental, dos relaciones que mantuvo en su soltería (nunca llegó a casarse) dieron como fruto dos hijos. Al parecer, después de la campaña al Paraguay, en 1811, inicio una relación con María Josefa Ezcurra, casada con un navarrense que luego de la revolución de mayo decidió regresar a su tierra, mientras que su esposa no lo acompañó.
Ella escoltó al Ejército en la campaña del Norte y fue durante la misma y producto de esa relación sentimental que concibió un hijo. Meses después nacería en la estancia de unos amigos en la provincia de Santa Fe.
Fue bautizado con el nombre de Pedro Pablo y anotado como huérfano en la Catedral de Santa Fe, fue adoptado por su tía materna, Encarnación Ezcurra, a la sazón recién casada con el estanciero Juan Manuel de Rosas.
Desde entonces se lo conocería como Pedro Pablo Rosas y sólo más tarde cuando Rosas le hiciera conocer su verdadero origen y quien fue su progenitor, hizo los trámites necesarios para inscribirse con el nombre de Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
La otra historia de amor ocurrió hacia 1816, cuando después de la declaración de la independencia Belgrano asistió a un baile y conoció a una tucumana de 18 años, María Dolores Helguera , él ya tenía más de 40. Con ella Manuel quiso casarse, pero como en enero de 1818, recibió la orden de marchar hacia Santa fe para ocupar un nuevo cargo oficial, el noviazgo no se oficializó y entretanto ella ya estaba embarazada y su familia la obligó a casarse con otro hombre, que luego la abandonó.
El 4 de mayo de 1819 nació la única hija de la pareja, a la que bautizaron con un nombre similar al del padre: Manuela del Corazón de Jesús Belgrano.
Mas tarde y debido al nacimiento de su hija Belgrano y María Dolores volvieron a reencontrarse pero no pudieron llegar a casarse dado que en aquella época no existía el divorcio y, legalmente, Dolores seguía unida en matrimonio con su marido.
Belgrano adoraba a su hijita, pero infelizmente pudo llegar a disfrutar muy poco de su paternidad dado que su salud se vio fatalmente desmejorada.

Sus últimos años

Manuel Belgrano después de varios años como Jefe del Ejército del Norte, decidió afianzarse en Tucumán y vivió pobre, y con problemas de salud ya que padecía de diacrosistitis, reumatismo crónico, paludismo, trastornos digestivos e inflamación abdominal. Además, se sintió muy maltratado en su vida política y se desencantó de Tucumán por las divisiones internas y por los enfrentamientos entre unitarios y federales, por ello decidió regresar a Buenos Aires. Le pidió ayuda al gobierno de Tucumán para pagar sus gastos por lo que había hecho por esa provincia y por toda la región, pero no recibió nada. Fue su amigo Balbín quién lo ayudó con dos mil pesos y en 1820 regresó a Buenos Aires acompañado por su médico Joseph Readhead, el padre Villegas y sus dos ayudantes de campo don Jerónimo Helguera y don Emilio Salvigni. A lo largo del viaje no encontró muestras de simpatía y honestidad y en ocasiones debía ser cargado en hombros por los asistentes para poder ser transportado desde el carruaje hasta la cama, ya que sus piernas estaban muy hinchadas. El gobierno de Córdoba tampoco lo ayudó, pero sí el de Buenos Aires, a través del gobernador Ramos Mejía, le mandó una suma honorífica, de 300 pesos, para que costeara sus gastos.
Desde que llego a Buenos Aires en el mes de marzo, pasaba sus horas sentado en un sillón, y la noche en vigilia, incorporado en su cama, porque no podía acostarse del todo. Sus hermanos y pocos amigos lo rodeaban a todas horas del día y de la noche.
El 19 de junio de 1820 le dice a su hermana Juana que le pague a su médico con un reloj de oro, que era lo único de valor que poseía, por todo lo que le había ayudado. El 20 de junio de 1820, a las siete de la mañana falleció de hidropesía. tenía solo 52 años. Sus restos fueron llevados desde la casa paterna, en la que nació, hasta el cementerio Santo Domingo, donde recibió una sepultura en un atrio. Sólo dos meses después de su muerte un diario escribió escasas líneas donde comunicaba el deceso del prócer.
Murió en la pobreza y en la indiferencia, pues sólo familiares y escasos allegados concurrieron a su funeral. El reconocimiento a la grandeza y coherencia de sus actos y pensamientos vendría posteriormente, pues entre los valores que se le reconocen se encuentran: esfuerzo, honestidad, modestia, generosidad, libertad, entrega y decencia En este sentido es importante destacar algunas de sus frases que lo pintan de cuerpo entero:
“Deseo ardorosamente el mejoramiento de los pueblos. El bien público está en todos los instantes de mi vida”; “La riqueza nace de la cultura, luego, las naciones más instruidas, por consiguiente ricas, gozarán de los beneficios de la paz”; “Enseñanza primaria aún para labradores, técnicas en el laboreo, enajenación de baldíos por venta o enfiteusis”; "el modo de contener los delitos y fomentar las virtudes es castigar al delincuente y proteger al inocente”, " No es lo mismo vestir el uniforme militar, que serlo”; “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella"
             
MALVINAS: UNA HERIDA ABIERTA

649 argentinos y 255 ingleses muertos, fue el saldo más lamentable en una guerra, que como todas, no tuvo razón de ser. Tremendas consecuencias sicológicas y siquiátricas arrastraron a otro enorme puñado de hombres al suicidio, porque esas heridas en el alma, nunca acabaron de cerrar. De un lado y del otro se sufrió el frío, la soledad, y sobre todo, el dolor de ver morir a sus compañeros. En esos 74 días que duró el conflicto bélico, aquellos “pequeños hombres con temple de acero”, vieron apagarse sueños de juventud; dejaron en el camino: madres, padres, hermanos, novias, hijos, esposas, que desde la distancia, los pensaban, los extrañaban y rogaban por su pronto regreso. Conmemorar el 2 de abril es reflexionar sobre lo inexplicable de una guerra, sobre la enorme pérdida humana que deja a un país sumido en el dolor, las dudas y las pregustas sin respuestas.
Sin embargo, más allá de lo injustificable, es importante conocer cuáles son los verdaderos derechos de Argentina sobre el suelo de “Gran Malvina” y “Soledad”, ya que cuando se habla de Malvinas, hay quienes dicen : “¿Por qué se reclama tanto un territorio que desde hace siglos está en manos del poderío inglés?” Existen argumentos válidos que avalan ese reclamo:

Geográficos: las islas son la continuación de la plataforma continental Argentina, la meseta patagónica que se hunde en el mar reaparece formando estas islas, además la proximidad de ellas a nuestro país, contrasta contra la de Inglaterra.

Históricos: son territorios heredados de España, luego de declarada la Independencia, tal como ocurrió con el territorio continental argentino.

Jurídicos: nuestro país jamás renunció a sus derechos, encaró reclamos diplomáticos y pacíficos permanentes,que sólo se interrumpieron los 72 días que dura la guerra, y obtuvo pronunciamientos favorables de organismos internacionales como la ONU (Organización de Naciones Unidas).

El “por qué” de la guerra

Las Islas Malvinas estuvieron en manos de la Confederación Argentina hasta el 3 de enero de 1833, cuando una operación militar del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, tomó el control con buques de guerra que desalojaron la guarnición de 26 soldados que se encontraban en el puerto Soledad.

En 1982, durante el gobierno de facto, bajo la presidencia de Leopoldo Fortunato Galtieri, el Ejército Argentino desembarcó en las islas, con el objetivo de “recuperarlas”. Y, lejos de lo que uno supone, gran parte de pueblo apoyó con énfasis esta decisión. Una algarabía que pronto se tornó desacertada.

Pero qué fue lo que motivó, verdaderamente, el comienzo de la guerra tiene que ver más con actitudes mezquinas y desesperadas de un grupo de hombre que lo único que quería era no perder el poder. Pues en el transcurso del gobierno militar hubo una libre importación de productos, lo que perjudicó la industria nacional y trajo aparejado el cierre de fábricas y el despido masivo de obreros. El gobierno autoritario restringió, además, las libertades individuales, así como la participación y militancia política y gremial. Toda esta situación, generó un descontento y malestar generalizado. Así, como una alternativa para lograr la aceptación popular, es que Galtieri decide recuperar las Islas Malvinas.

El papel de los medios

“Vamos ganando la guerra”, repetían al unísono la mayoría de los medios masivos de comunicación controlados por el gobierno. Noticias esperanzadoras y positivas sobre el avance argentino y el retroceso inglés, llegaban a la población a través de la radio, la televisión y los diarios. Pero la realidad era muy distinta porque el poderío inglés superaba con creces el estoicismo argentino.
Sin embrago, estos mismos medios organizaron campañas para recaudar comida y abrigo que enviarían a los soldados con urgencia. Otras instituciones, como las escuelas, se hicieron eco de esa iniciativa y recolectaron otro tanto de víveres que, en algunos casos, fueron acompañados con cartas repletas de palabras de aliento, que niños y jóvenes les enviaban a los combatientes.
El único corresponsal argentino que cubrió la guerra fue Nicolás Kasanzew, enviado del canal estatal ATC (ahora canal 7, Televisión Pública). Transmitió siempre las noticias bajo extremas condiciones de censura. Sólo cuando regresó al continente, luego de concluida la guerra, pudo saber cómo salían sus reportes. Él, que fue testigo de todo lo sucedido, sabe la verdad de las necesidades, las atrocidades que se cometieron y los terribles tormentos por los que atravesaron los soldados. Este trabajo tuvo un gran costo personal para él, porque tuvo que irse del país para ejercer su profesión. Acá, fue despreciado por los militares que volvieron derrotados y por el pueblo que quería olvidar este trago amargo.

Un héroe argentino

Oscar Ismael Poltronieri es uno de aquellos conscriptos a quienes bien les cabe el título de héroes. Una noche fría, oscura y destemplada, como muchas de las que le tocó vivir, Oscar salvó a más de 100 soldados argentinos, incluyendo a sus superiores, pues arriesgó su vida, deteniendo por más de diez horas el avance enemigo. Sus compañeros lo creyeron muerto, porque nunca pensaron que él sólo podía resistir a tremenda estocada. Pero su enorme valentía fue el sostén ante esa gran adversidad. Tras tanto tiempo al pie de la lucha regresó exhausto a Puerto Argentino, donde fue recibido con mucha alegría.
El día que las tropas argentinas se rindieron, lloró con zozobra.

Las cartas


imagen de una de las cartas escritas por un soldado
“Chicos, quiero que sepan que a las noches cuando me acuesto cierro los ojos y veo cada una de sus caritas riendo  jugando (…). Quiero que se pongan muy contentos porque su maestro es un soldado que los quiere y los extraña”, reza una carta del soldado Julio Ruben Cao, un maestro de 3° grado en la escuela N° 32 de Laferre. Por aquel entonces tenía 21 y se lamentaba por no haber podido despedirse de sus alumnos. “Ves ese pino que está ahí? Lo planté yo. Ahora voy a tener una hija y solo me falta escribir un libro. Lo voy a hacer cuando vuelva de Malvinas y voy a contar todo lo que viví”, decía en otro pasaje de la misiva, pero Julio no volvió y no conoció a Julia María, su hija, que nació dos meses después de finalizada la guerra.

También le sucedió a Ramón Gumercindo Acosta, un gendarme, que partió a las islas sin poder despedirse de su hijo Diego, quien cursaba 6° grado. Pasó frente a la escuela, pero no quiso interrumpir la clase: “(…) estaba de uniforme y no quería que pensaran que uno buscaba ufanarse por clima de algarabía que existía por Malvinas (…) no quiero que esté enojado porque no me despedí y que eso lo distraiga de sus estudios (…) quiero que sepas que podes sentirte orgulloso de tu padre”, fueron las palabras que, al final, resultarían las últimas que le dejó a su hijo. El 10 de junio, cerca de las once de la mañana, un proyectil de mortero le dio un tiro mortal.

Muchas cartas enviadas desde las islas, reflejan la esperanza de volver de los soldados argentinos y, también, son el testimonio del sufrimiento por el frío y la distancia con la familia. Muestran esos sentimientos encontrados del orgullo por representar al país y, a la vez, la angustia que produce la crueldad de una guerra.

Cuando el 14 de junio, el general Menendez, anunció la rendición, se puso fin al conflicto bélico y fue el punta pie para precipitar la caída de la Junta Militar. En diciembre de 1983 se llevaron a cabo elecciones presidenciales, en las cuales resultó electo el Doctor Raúl Alfonsín. Así retornó la democracia a la Argentina.

Los “locos de la guerra”

¿Héroes?, no “locos”, de esa manera despectiva e ingrata, se trató a los conscriptos que volvieron de Malvinas. Muchos años, padecimientos y muertes post guerra, tuvieron que pasar para que a estos valientes hombres les llegara el reconocimiento social a través de actos, homenajes y reportajes.
Al regresar a Argentina fueron llevados a instalaciones militares para mejorar su condición física y para que la sociedad olvidara la derrota se les exigió no hablar de la guerra, era un secreto de estado. Semanas después fueron a sus hogares. Muchos  experimentaron depresión, ideas suicidas, no consiguieron trabajo, se aislaron, vivieron un “vacío social” que, en muchos casos, unido a las heridas tanto físicas como psicológicas de la guerra, les resultó insoportable.
Algunos ex combatientes, como el caso de Oscar Poltronieri, fueron condecorados con la cruz de la Nación Argentina al heroico valor en combate, pero lo más sorprendente, fue el gesto de soldados y oficiales británicos, pues lo buscaron para expresarle su admiración y otorgarle la “cruz de hierro al valor”.
Varios compatriotas que quedaron sepultados en el cementerio de Darwin, no fueron identificados. En su tumba rezaba “soldado argentino solo reconocido por Dios”. Sus familiares tuvieron que esperar hasta el 26 de marzo de este año, para viajar a Malvinas y colocar en las tumbas las placas con los nombres de los fallecidos. Si bien el dolor es grande y sigue latente e los familiares, muchos de ellos, dijeron haber encontrado “algo de paz” al poder llorar frente a la tumba de los soldados reconocidos.

La herida no está cerrada, pero al menos, se están dando los primeros pasos para saldar la enorme deuda social con este grupo de hombres, que dejaron huellas indelebles de valentía y honor en la historia Argentina.




PAREDES CON HISTORIA: EL ANTIGUO CENTRO CÍVICO, “LA POLICÍA VIEJA”


Imagen actual del antiguo centro cívico


Paredes que guardan miles de historias, una fachada que evoca recuerdos de una época donde brillaba en su esplendor, voces de esos años en los que “La Toma” comenzaba a vislumbrar el proyecto de un pueblo pujante, un edificio, que no sólo es un puñado de ladrillos y mezcla, sino que sentó los cimientos de una comunidad que siempre trabajó para lograr el crecimiento y desarrollo social. Es que la “policía vieja”, es más que un lugar donde funcionaban algunas reparticiones públicas es, sin dudas, un ícono que representa a los tomenses.

Una vuelta en el tiempo

En 1937, bajo la gobernación de Ricardo Rodriguez Saa, tío abuelo del actual gobernador de la provincia, se inauguró el edificio que, cariñosamente, se denomina “policía vieja” en la esquina de Balcarce y Graciarena. “Ese fue el primer Centro Cívico de La Toma. En esa época funcionaba allí la comisaría, la municipalidad (que en aquellos años era comisionado municipal), el juzgado de paz, la oficina de rentas y, en algún momento, una delegación de trabajo”, comentó Mariano Mansilla, retirado de la Policía de San Luis. Claro que cada repartición tenía un espacio asignado “hacia la derecha, en el primer lugar estaba la municipalidad y seguía después la policía; y hacia el otro lado estaba el registro civil y el Juez de Paz. También había un lugar común y dos celdas que estaban un poco más distantes, por si había que detener a alguien”, hace memoria el profesor Antonio Lorenzo, quien a la vez agregó “esta propiedad ocupaba un cuarto de manzana”.
Sin embargo, la policía no siempre tuvo su cede allí, “Varias personas mayores, es decir, los primeros pobladores, me contaron que, en primer lugar estuvo en La Toma Vieja. Luego se mudó a la Avenida Chacabuco y San Martín, en terrenos del ferrocarril. Por último  se traslada a la calle Graciarena y Balcarce, al edificio que conocemos como “la policía vieja”, recuerda Mariano.


Letrero que recuerda la función que cumplió el edificio
 en la última época
Por su parte Lorenzo hizo alusión a que frente al edificio, antes había una plaza. Es decir, que en la localidad había un trazado urbano similar al de los otros pueblos de la región. Frente a esta plaza estaba, además del mencionado centro cívico, la iglesia de Santo Domingo. “Con el paso de los diferentes gobiernos ese lugar se loteo y se fue vendiendo a particulares”, aclaró.
Además, Mansilla, hizo mención a una época dónde la policía tuvo su sede en Saladillo, ya que hasta el año 1944, aquel poblado fue cabecera del departamento Pringles. Posteriormente La Toma pasó a ocupar ese lugar.
Mansilla también indicó que los primeros policías accedían al cargo sin haberse formado, “se ingresaba, en muchos casos, por una designación política, y muchos de ellos, a pesar de su escasa formación, adquirían una fuerte vocación policial y han sido muy buenos policías y han sabido brindar la seguridad necesaria a La Toma”.
La Escuela de Policías de San Luis fue creada en el año 1968. En la actualidad todos los policías que se desempeñan en las comisarías son egresados de esta escuela.

Su función en la época de la dictadura




Este edificio, que hasta 1983, funcionó como centro cívico, durante la época del proceso militar de 1976 hasta 1983, “fue el lugar donde se albergó a todas las personas detenidas a instancias de las fuerzas militares, con la colaboración con las fuerzas policiales. Lugar donde hubo torturas y fue teñida por lo que pasó en aquella época”, remarcó Lorenzo.
También mencionó que Graciela Fiochetti, la ciudadana tómense desaparecida durante la dictadura, fue detenida, en la localidad de La Toma y que estuvo, en primera instancia en la vieja policía.

El arquitecto aprovechó la oportunidad para sugerir que ese lugar podría transformarse en un museo, un centro para la memoria, un lugar de encuentro de la comunidad, hasta un espacio educativo para reflexionar sobre el “nunca más”.


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